210 ANIVERSARIO DE LA INSURGENCIA INDÍGENA EN LA VILLA DE CAMARGO.

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Con el descalabro de los máximos caudillos del movimiento de Dolores en la Acatita de Baján, los adeptos que lograron escapar del cautiverio quedaron al garete. Muchos lograron retornar al centro del Virreinato con la columna que marchó desde Saltillo al mando del licenciado Ignacio López Rayón. Para los oriundos de la región, la dificultad para reintegrarse a la normalidad fue menor, a pesar de haber apoyado al bando insurgente, pues contaban con el apoyo de familiares y de las diversas redes de interés establecidas de antemano. Esto siempre y cuando la adhesión no hubiese sido muy comprometedora, la que casi estuvo circunscrita a los jefes que tomaron decisiones políticas o militares, como sucedió con el Gobernador del Nuevo Reino de León, Manuel de Santa María, o el comandante de las milicias presidiales de esa misma provincia, Juan Ignacio Ramón, quienes fueron remitidos a Chihuahua y fusilados.

Sin embargo, para los insurgentes que provenían de otras partes de la Nueva España y no pudieron huir, sobre todo aquellos de extracción popular, las cosa no fueron nada sencillas, por lo que debieron intentar su sobrevivencia diluyéndose entre la masa común de la población de estas provincias norteñas, donde habían quedado varados. Tal fue el caso de Manuel Salgado, originario del pueblo de Dolores, la propia cuna de la revolución insurgente, quien buscó refugio en las Villas del Norte del Nuevo Santander, especialmente en Camargo, donde de manera excepcional en toda la provincia una comunidad indígena convivía a la par con la villa de españoles.

Salgado era indio, de ahí que pudiera mimetizarse entre los indios carrizos, ya que a pesar de ser sastre, usaba taparrabos, lo que pudo facilitarle pasar inadvertido a la persecución de sospechosos de parte de las tropas realistas. Era bajo de estatura, de color trigueño, cara larga con un lunar en el carrillo izquierdo y un poco tartamudo al hablar, como lo describió más tarde una orden judicial para lograr su aprehensión. Y lo más importante, sabía leer y escribir, lo que indica que estaba al tanto del discurso revolucionario utilizado durante el movimiento insurgente encabezado por el padre Hidalgo, a quien conocía, de ahí la similitud política que manifestó Julián Canales, el líder de los indígenas de Camargo, cuando éstos decidieron levantarse en armas.

Y es que al parecer no existía un mayor agravio que la animadversión entre el caudillo de los Carrizos, Julián Canales, y el alcalde del medio cabildo José Pérez Rey, quien por distintos pleitos lo quería reducir a prisión. Desatado el conflicto, el 3 de abril de 1812, y con la animosidad de los Carrizos a la vista, Pérez Rey solicitó el apoyo del Capitán Pedro López Prieto, capitán de la milicia de caballería provincial de la Villa de Reynosa pero residente en Camargo, a fin de que armara al vecindario para ir a combatir a los indios en rebeldía. Sin embargo, el capitán López Prieto no lo consideró prudente, por carecer de las armas y los hombres necesarios, además de que los indios estaban en franca mayoría, por lo que sugirió entrar en negociación con el indio Julián Canales.

Al parlamentar López Prieto con el jefe de los rebeldes, teniendo como testigo a FRAY José Calvete, le reconvino el haber desobedecido a las autoridades emanadas del rey. Canales le respondió que reconocía su error y que siempre había estado dispuesto a la obediencia, pero que en este caso existía hacia él una mala voluntad por parte del alcalde, quien lo quería apresar por causas que no lo ameritaban, de ahí que hubiera recurrido a la sublevación de su tribu. Agregó que si el capitán López Prieto intervenía la causa que se le imputaba, él estaba dispuesto a hacer lo que se le indicara.

Mientras esto pasaba, el alcalde precipitó los acontecimientos al convocar a los vecinos a defenderse de los indios, como también pidió auxilio a las tropas de Mier y Revilla (hoy Ciudad Guerrero). En tanto, se supo que los indios a su vez habían convocado “a todas las naciones inmediatas de su devoción”, de lo que resultaría un enfrentamiento que en opinión de López Prieto rebasaba tanto su autoridad para hacerle frente como la del mismo alcalde Pérez Rey, ya que en última instancia sólo la tenía el gobierno de la provincia, a cargo del Brigadier Joaquín de Arredondo. Sugirió entonces celebrar un consejo, ofreciéndose él mismo como garante de que las cosas se mantuvieran tranquilas hasta que llegara una resolución superior.

A los indios se les dijo que no recurrieran a congregar m{as fuerza, como también lo harían las autoridades locales. Y, de momento, las cosas parecieron calmarse. Sin Embargo, el día 7 una mujer denunció que al día siguiente los indios volverían a sublevarse por lo que el capitán López Prieto insistió en el auxilio de las tropas de Mier y Revilla, para enseguida apersonarse con Julián Canales para reclamarle que cumpliera con lo prometido. Canales señaló que un indio topil que ayudaba al juez le dijo que sacara a su familia de la misión porque los españoles pronto la atacarían. Inútilmente trató de persuadirlo, máxime que le indicó que pronto estarían en Camargo fuerzas venidas de fuera para mantener la tranquilidad. Como prevención, López Prieto puso una guardia en su casa y alertó al vecindario de estar prevenidos.

La violencia se desató al siguiente día, cuando los indios sorprendieron la guardia de López Prieto y aprehendieron al teniente Tomás Gutiérrez. Ante estos hechos, el capitán los enfrentó y recriminó a su líder el no cumplir con su palabra. Canales le contestó que no podía hacer otra cosa, porque su actitud emanaba de un acuerdo de su gente, que “así me lo mandan y es fuerza”, y de que no se haría daño a nadie. Y al preguntarle el capitán el porqué entonces andaban armados, el indio le dijo “porque voy a aprehender gachupines”.

Acto seguido se enfiló a la casa del alcalde José Pérez Rey, (casas consistoriales ubicadas en la esquina de las calles Belisario Domínguez y Pedro J. Méndez), donde fueron recibidos a balazos. Entonces se desató un enfrentamiento del que resultaron muertos tres defensores de la casa del alcalde, uno de ellos peninsular. Después, los indios se fueron a encarar a López Prieto, a quien lo tensaron los arcos y apuntaron las flechas, pero éste no se amilanó y logró apaciguarlos, aunque le advirtieron que dejarían guardias en las salidas de la población para que no fuera a “desparramar cartas por todas partes”. Habiéndose retirado los indios momentáneamente para poner guardias en la misión, volvieron a sorprender a los vecinos principales de la villa al momento en que se disponían a bajar los cadáveres de la azotea, donde habían quedado tras la refriega.

El indio Canales les impidió que lo hicieran y les ordeno que acudieran a su presencia, exigiéndoles la rendición de su mando, luego de lo cual quedaron libres para sepultar a sus difuntos. Enseguida, López Prieto aprovecho el despacho de maíz que hizo para su rancho, a fin de que su sirviente condujera una comunicación reservada al gobierno local sobre los sucesos que tenían lugar en Camargo. Pero apenas había salido de la población, el mensajero fue alcanzado por los indios, que le tumbaron la carga y revisaron los aparejos, dando con el papel comprometedor. Por tanto Canales ordenó que se le aplicara una pena de cincuenta azotes al sirviente y se pusieran bajo prisión a varios vecinos de la villa, entre ellos al alcalde Pérez Rey, así como al propio capitán López Prieto, quien logro que se perdonara el castigo a su mensajero, siendo recluido a su propia casa, en virtud de su categoría de militar.

El 12 de abril de 1812 tuvo lugar el punto político culminante de la rebelión indígena, en lo que denota la influencia que debió haber tenido Manuel Salgado en la redacción del bando y proclama que el indio Julián Canales pronuncio ese día, luego de oír misa en la Iglesia de Nuestra Señora de Santa Anna, donde juntó a los suyos con la formalidad de un cabildo. Después se presentó en la casa del capitán López Prieto, con los tres vecinos principales presos “y su tropa formada con las armas a son de caja”. Temeroso de tal ceremonial, el capitán trató de contener sus designios al recordarle que él encarnaba la legítima autoridad del rey, lo que Canales reconoció, pero por su parte expuso públicamente las razones de su alzamiento y “exhortó al común” a morir por el rey, la religión y la patria, por los que también pidió vivas, como también “mueras” por el mal gobierno, a cuya voz se unieron todos los presentes.

Enseguida, Canales comprometió públicamente a López Prieto como adepto a la rebelión, lo que el capitán negó, aunque al continuar abogando por el destino de los prisioneros y de su posible designación como juez de la villa, involuntariamente fue haciéndose partícipe de ella tras los continuos engaños en que lo envolvía el indio insurgente. Para sofocar la rebelión de Camargo, las autoridades coloniales realizaron una rápida y coordinada movilización. Para mediados del mes de mayo, en el paraje de La Casita, la tropa realista pudo dar un golpe a los indios rebeldes, que se retiraron al punto de San Juanito; se separaron hasta en cuatro partidas, y tomaron un rumbo los del Cántaro y otro los Carrizos de Camargo. Al parecer Julián Canales permaneció merodeando a la izquierda del río Bravo, donde poco después fue sorprendido y ejecutado.

Tomado de Tamaulipas en el espejo de la Historia.

La Independencia. Tomo 1.

Capítulo El Incendio Libertario, La Guerra de Independencia en el Nuevo Santander.

Octavio Herrera Pérez.

Fotografía original del Archivo Histórico de Reynosa. Agradecemos la valiosa colaboración del Antropólogo Martín Salinas Rivera, Cronista Municipal de Reynosa.

Fuente: MAHM