Mientras las autoridades se lavan las manos, el maestro y los padres de familia luchan por una educación digna en medio de la precariedad.
Por: Martín Juárez Torres
Nuevo Laredo, Tamaulipas | 27 de agosto de 2024.- En una ciudad donde los políticos presumen de logros y avances, la realidad en las colonias Praderas del Mezquital y Los Artistas de Nuevo Laredo es una bofetada a la dignidad. Mientras que en otras partes los niños regresan a clases con mochilas nuevas y aulas bien equipadas, los pequeños de estas colonias se enfrentan a un panorama desolador: tres paredes sin terminar, block sin enjarrar, una malla sombra sostenida por un frágil barrote de madera, y pupitres que parecen sobrevivientes de otra era.
Es en este escenario donde el profesor Efraín De la Cruz, con 10 años de servicio y sin una plaza que lo respalde, imparte clases a 48 niños con la esperanza de forjar un futuro mejor para ellos. A las ocho de la mañana, cuando el termómetro marca ya 27 grados centígrados, los padres de familia no sólo llevan a sus hijos, sino que también, escoba en mano, limpian y preparan la improvisada aula que, más que un espacio educativo, parece un refugio contra la indiferencia.
Lo que más indigna no es la precariedad de las condiciones en las que estos niños deben estudiar, sino la respuesta de las autoridades. Al ser cuestionada sobre la situación, la alcaldesa de Nuevo Laredo, Carmen Lilia Canturosas, se limitó a decir que no era su responsabilidad. Una afirmación que no sólo es desafortunada, sino que también refleja el profundo desapego de quienes deberían velar por el bienestar de todos los ciudadanos, especialmente los más vulnerables.
El abandono es evidente. Hace diez años que esta escuela improvisada nació y desde entonces, el profesor Efraín ha sido un pilar, no sólo como educador, sino como un símbolo de resistencia ante la indiferencia. A pesar de la falta de recursos, sigue adelante con su labor, respaldado únicamente por la voluntad de padres como Marlene Canales, quien expresa con impotencia: “Están bajo la lluvia, el calor… Nosotros no pedimos mucho. Sólo queremos un salón para que los niños tengan clases dignas”.
El gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal Anaya, quien debería ser el primer interesado en garantizar la educación de estos niños, tampoco ha dado muestras de interés. En un estado donde la violencia, las drogas y otros problemas sociales acechan, es incomprensible que se descuide la única herramienta que puede ofrecer un futuro mejor a estos pequeños: la educación.
Mientras tanto, los padres de familia, con recursos limitados y una fe inquebrantable, siguen luchando por levantar esta escuela. No piden más que lo justo: un aula digna, un espacio donde sus hijos puedan estudiar sin que el sol o la lluvia interrumpan su derecho a aprender. La situación es un llamado urgente a la conciencia de quienes tienen el poder de cambiarla. No es momento de señalar responsabilidades, sino de asumirlas y actuar en favor de los que más lo necesitan.
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